A mi mente regresa un instante de
mi adolescencia, casi borroso por el tiempo y los vicios propios de un hombre.
Una isla paradisiaca, en medio del caribe, contrastada entre el turismo de lujo
y la ajustada vida de sus pobladores. Esa tarde soleada me aventure a caminar
por el pueblo, lejos de la comida gourmet y la piscina transparente del hotel.
En ese lugar gane mis primeros
naipes, obsequio de mi maestro, un hombre mayor, casi anciano, de piel morena y
con una gran habilidad para el juego de cartas. A veces, sueño que estamos apostando
en esa misma mesa, con una botella de licor, tabaco en mano y exóticas morenas
de ojos verdes, que solo existen en aquel paraíso terrenal.
Despierto de este pequeño deja-vu y
me encuentro viajando a una gran velocidad por toda Europa, el paisaje me hace
suponer que Rusia está cerca. Dentro de este lujoso tren intercontinental, el
ambiente está algo acalorado, la apuesta mayor es de más de un millón de
dólares.
El esmoquin me empieza a molestar,
desabrocho mi corbatín, mientras llamo a la mesera de ojos verdes y tez oscura,
de origen cubano. Lo sé por su forma de caminar, y, porqué a la vieja usanza ha
encendido mis cohíbas. “Entramos a la fase final del juego”, me apresuro en
tomar mi whisky, algo espumoso, de origen escoces sin duda alguna.
Cuatro cartas en la mesa, mi turno,
“paso”. Todos los demás pagan. De nuevo, cuatro cartas, “paso”, el riesgo es
muy alto. “Adentro”, cinco millones, que locura, es la apuesta de un vicioso
francés.
Otra vez, “adentro” seis millones,
es la jugada de un inexperto marroquí. En la mesa hay un total de 11 millones. “Subo”,
grita mi hábil adversario, esto se pone interesante, el botín es de 21
millones. Ahora es mi turno y en este vagón multimillonario, todos están
pendientes de mi apuesta.
Desde pequeño me sentaba al final
de la clase, justo en la esquina, solía observar a cada uno de mis compañeros, me
bastaba con ver como caminan y hablan para conocerlos por completo. Esta vez no
es diferente, miro sus ojos, su forma de sentarse y de vestir, como fuman y
beben, según este análisis infalible, apuesto 30 millones.
Los murmullos empiezan a
escucharse, asombro e intriga. Mi contrincante más hábil, un hombre británico,
millonario, de gustos excéntricos, pero, de ingresos de dudosa procedencia;
como todos los que nos encontramos aquí, paga mi apuesta. “pago”. La mesa se
hace más pequeña, la gente se ha abarrotado a nuestro alrededor.
121 millones, es demasiado dinero,
en esta ocasión no habrá un final feliz. Mucha gente pagará los platos rotos,
nadie va a querer perder. “caballeros, abran por favor”, el ocaso del juego se
acerca. “As, rey, reina. Un full de ochos y ases”, la sonrisa en el afortunado
caballero español delata un terrible error en su jugada.
Un full mayor de ases y seises, destruyen
las ilusiones del ansioso jugador. Con una carcajada típica de los ingleses, la
rubia, novia de paso de mi mejor rival, festeja la ansiada victoria. Debo ser
muy hábil y cuidadoso, pero sobre todo rápido. Este sujeto no quiere perder y
muchos hombres se están moviendo en el vagón.
Las miradas se centran sobre mí.
“caballero su turno”. Respiro despacio, en el lado superior izquierdo de mi
esmoquin está cargada mi pistola, una Taurus 380, en este punto todo puede
suceder. Lo más seguro es que el lugar arda por completo.
Un silencio abismal acapara a todos
los presentes. De pronto, empiezan las risas disimuladas, seguidas de pequeños
aplausos que cada vez se hacen más fuertes. “Cinco y siete de espadas, flor
corrida de cuatro a ocho. La mano más alta. Caballero usted gana”
No es momento de festejos, el
ambiente es tenso, mi contrincante sale enfurecido, es obvio que sus matones
vendrán por mí. Margarita, la mesera cubana. Mi esposa, mi amante, ha retirado
sin que nadie sospeche el maletín con 121 millones.
No quiero causar desconfianza, acepto
el champagne de una hermosa francesa, “Félicitations Monsieur”, sonrió mientras salgo del vagón con la copa en la
mano, es un crimen desperdiciar una bebida así, pero no puedo confiar en nadie.
Logró evadir a cuatro tipos antes
de desembarcar en Moscu, con 200 dólares en mi billetera, me alcanza para
alquilar un viejo cuarto, en una residencia cerca del “Café Pushkin”.
En este punto de mi vida, con un
vaso de ron cartavio y mi cohíba a casi apagarse, mientras escribo este
capítulo de mi existencia, esperando la llamada de mi hermosa morena, me
convenzo más de que nada pasa por casualidad, todo tiene un porqué, el para qué
aún es un misterio.
Quizás sean pocos los que al leerme
se sientan identificados, con este gusto por la mala vida, por apostarlo todo,
sin temor a perder. El dinero va y viene, no es de nadie. Ilusos los que crean
que el papel verde les pertenece.
Pablo Ordóñez
Comentarios
Publicar un comentario