Me desperté con tu aroma en la almohada, esa fragancia parecida a Prada Candy. Tus besos, tus labios rojos que destacan con el invierno. Te busco
entre las sabanas y no estas, solo fue un sueño, uno de esos que se escabullen
por mi mente cada noche. Hace un mes que no tengo noticias de ti.
¿Chicago, New York o quizás Madrid? Dios sabrá. La rutina me mata, el amor me
aburre, exasperado por tu ausencia. Creo que jamás te volveré a ver, quién
sabe.
La tarde se hace más fría, enciendo un cigarro, de esos que se parecen a
los de Clint Eastwood en “The Good, The Bad and The Ugly”. No me
quedaré esta tarde en casa, llamo a unos amigos de la universidad; deben tener
tiempo para un viejo conocido. Salimos a uno de esos bares donde las meseras
son rubias de ojos azules y te reciben con un “hola”, mientras te pierdes en el
vaivén de sus caderas.
Entre copa y copa siento que me has abandonado, que al fin has decidido
olvidarte de mí. “i'm all out of love, i'm so lost without you” canta
a toda voz Cami, la mesera de ojos azules sentada en mis piernas, víctima de un
par de tragos, pasa mucho a su edad. Me recuerdan los primeros años junto a ti,
con canciones de Air Supply en la habitación de tus padres, recorriendo tu
espalda a besos, embriagándome con el sabor de tu piel.
En medio del “llévame” y “no te vayas de Cami”, reviso mi teléfono, diez
llamadas perdidas de un número no registrado, un mensaje de voz, “cariño estoy
en Quito llámame soy Nathy”. Me emociono, beso a Cami, le prometo que volveré.
Mi corazón late a mil por hora, la necesito, deseo besar su boca, devorar
su piel, enredarme en sus sabanas. Y yo que pensé que sería una noche
más, esa de mujeres, risas y alcohol. Pero no, hoy no.
No sé qué hacer, parezco un adolecente, flores, chocolates, un peluche.
Reservo la suite del hotel más lujoso de Quito, la llamo y no contesta, dejo un
mensaje de voz con los detalles del lugar, me instalo, tomo un baño y una hora
después te sigo esperando, llevo media botella de Jack Daniel’s en las venas.
Tienes esa exquisita incomodidad, de hacerme esperar que detesto y amo a la
vez.
Tocan la puerta, me demoro en abrir para tranquilizarme, ya no eres
rubia, el castaño ha puesto tu piel como la nieve, tus labios son rosados,
perfectos. Ojos verdes, verdes claros, me miran distinto, no quiero dañar el
momento y prefiero no indagar el porqué.
Nos abrazamos fuerte durante algunos minutos, te beso, sabes a
chocolate, a ese importado que solo se encuentra entre las golosinas de tú
abuela. No pronunciamos palabras, tu cuerpo y el mío son uno solo, se reclaman
cada noche de ausencia y como los buenos amantes, se reconcilian en la cama.
El tiempo no ha dejado huellas en tu piel, tu espalda perfecta y
delicada sigue tan dulce, tan suave. Aún te da cosquillas cuando beso tu
ombligo, en mi descubrimiento sin fin de tu cuerpo, lo único seguro es que eres
mía, desde aquellos días de colegio y que diez años después lo sigues siendo.
Cerca del amanecer, agotados, extasiados me dices te amo, te amo más,
bromeamos. Sonríes mientras cierras los ojos y duermes, hermosa, delicada,
vulnerable. No recuerdo haber dormido tan tranquilo en mucho tiempo, me
despierto y no estas, un silencio escalofriante rodea toda la habitación. En la
almohada, una pequeña nota escrita con lápiz labial, “estoy embarazada, me caso
mañana, te amo adiós”.
Los minutos pasan, doy vueltas y vueltas por la habitación, no dejo de
pensar en tu nota, pues yo también te amo y tenía buenas noticias, hace un par
de días me divorcie.
Pablo Ordóñez
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