Entre canciones de Richar Max y Air
Supply, escambrosos recuerdos se mezclan en mi memoria, producto de unos tragos
y el humo del tabaco que inunda la habitación, como la neblina del tiempo que
jamás se detiene.
Un secreto a voces, un final entre
líneas, el ocaso de los momentos que una vez le dieron sentido a lo poco que
tenía sentido. Entre sueños realizo lo imposible, lo que ya fue y no será nunca
más, una extensión de lo que mi subconsciente anhela pero que la realidad se ha
encargado de borrar.
Me cansé de navegar contra la
corriente, de construir lo que quizás nunca estuvo destinado a ser, al final de
este viaje he aprendido que todos somos lo que somos, y que jamás dejaremos de
serlo.
Es curioso, desde mi oficina el
atardecer es un espectáculo majestuoso, el
cielo azul mezclado con el rojo de las nubes cubre el valle de Tumbaco y Cumbaya.
Al parecer las nubes negras solo se quedaron conmigo.
Lo único que me queda es la
comunicación y esa extraña pasión por trabajar más de ocho horas diarias, de
fumar un tabaco con mis colegas mientras discutimos temas interesantes sobre
cine, moteles y burdeles; típicos diálogos que se dan para salir de la rutina.
Es el final de 2014, un año que
paso en un abrir y cerrar de ojos. Quizás sea el momento indicado de huir, de
salir corriendo, de al fin ponerme los pantalones y convertirme en un canalla,
en un mal tipo. Qué se yo, podría tener mejor suerte.
Dicen que las tres maneras de ser
libre son: besando, viajando y leyendo. Ya no tengo a quien besar, estoy
cansado de leer y no me gusta viajar. Parece que estoy condenado a esta ciudad
que es un infierno: calles, restaurantes, hoteles, todo me recuerda a ella.
Pablo Ordóñez
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