Una ciudad es ritmo, sensación,
posibilidad. Guayaquil, Quito, Nueva York, Miami. Una ciudad es un organismo
vivo con multi microorganismos en su interior que funcionan en tres canales: la
vida pública, la vida privada y la vida secreta. Esta es una mirada a nuestra
sociedad desde los ojos de un hombre de 50 años, que ha vivido lo que ha
tenido que vivir.
La vida pública, el blablá de
todos los días en oficinas, negocios y periódicos. La vida pública: lo que
decimos para encubrirnos, ser amados y hasta pretender ser amados. La vida privada es otra cosa. Quien es
persona santa en la pública en ocasiones no es santa en la privada y cosas
peores. O viceversa.
Quien ostenta grandes dones para
entregar todo su potencial a su colega de trabajo o para iniciar grandes
empresas e ideas son rufianes en casa con su esposa e hijos. Grandes
emprendedores son gatitos de azotea con sus mujeres, grandes villanos caseros
son floreros y bufones en la vida del desgaste y el trabajo.
Es que la vida privada coloca al
ser humano frente a ciertos rigores que nada puede enfrentar. El ocio, la
repetición, el aburrimiento y el ruido de la pareja, por ejemplo. La
negociación, las intensas luchas de poder entre hombres y mujeres y la
repetición del mismo sexo con la misma señora que ya no es tan joven. Las
rutinas de cocer los alimentos, sacar a pasear al perro y colocar la basura en
su lugar todas las noches son tan animadas como dar de comer con cucharón a un
circo de pulgas amaestradas.
Ah, y las mujeres: el mismo hombre
gruñón que no ofrece todo el dinero posible para viajar todos los años a las
Vegas o someterse ella a las operaciones estéticas de rutina que permiten estar
bella para el esposo (ajá, sí) aunque lo que desea es meter a la cama de casa
(y usar otra vez un camisón y medias de seda), a la inmensa cama King que han
comprado los dos con el sudor de su frente, al muchacho que limpia la piscina,
alto, atlético, con bíceps y otros ofrecimientos igual de encantadores y
prometedores.
Y los hijos que han dejado de
chillar porque se han hecho grandes al fin y ahora prometen consumir, consumir
y consumir hasta que el mundo termine hecho trizas de tanto dilapidar. Los
chicos: siempre al borde de la decepción amorosa y la amenaza de las nuevas
drogas. Ah, y los padres de la pareja que se han hecho viejos: el fin de semana
en casa con cara de incómodos y en verdad incómodos aunque piensen que la
familia que vive unida siempre permanece unidad. Ajá. Sí.
Como hemos visto, en la vida
privada se incrementa de modo geométrico la hipocresía ya exigida por el
ejercicio público de amasar dinero y tener una buena imagen, lo que en este
lugar se llama buena pinta. En la vida privada la necesidad de vivir con seres
que a veces no nos gustan (la mayor parte del tiempo aunque digamos lo
contrario) conduce a que al acopio de tolerancia, paciencia y sana hipocresía
sea doble. La vida privada es la consumación de la infelicidad del ser humano
en la felicidad posible.
El hombre de ciudad es un hombre
sano e hipócrita. El padre de familia es un hombre derruido, encorvado y en la
ruina. Los dos son el mismo. La mujer de ciudad es la chica exitosa que hizo
una buena carrera para formar una bella familia. La familia es bella y la mujer
acaso también pero ella desea otra cosa. Se ha cansado de esperar por ese
hombre que no le da lo que ofrece. Se han cansado de su proyecto de vida, de su
conversación y ambiciones. La mujer de interiores desea salir.
Y ahí, señoras y señores, nos
encontramos con la vida secreta. La vida secreta puede ser la única vida del
gozo. ¿Recuerdas, querido amigo, cuando te dijeron que Ana y Daniel, tus dos
amigos de universidad fueron vistos juntos en la calle X y Y? Pues debes
creerlo a pesar de que lo hayas olvidado. Ana y Daniel, casados los dos, con
otros los dos, tuvieron un romance que duró seis años. Hasta que Ana quiso
encontrar algo más en él, la posibilidad de amor duradero y, no puede ser de otro
modo, lo estropeó. Para suerte de los dos, Jesucristo santo. Ya fueron felices
porque fueron amantes secretos.
En palabras de mi tío, la vida
secreta nos libera, nos distiende, nos conduce en brazos de las emociones que
extrañamos, las cosas que tuvimos y que se han extinguido, las pasiones de la
infancia que ocurrieron por primera vez.
La vida secreta tan llena de pecado y confidencia en los encuentros
furtivos en un café, en la cita matutina en el chat secreto, en el sexo nocturno
por el Facebook falso, en los orgasmos derramados en las habitaciones de
hoteles.
La vida secreta en los encuentros
escondidos con los amigos para beber como cuando eran jóvenes o para salir de
farra a los bares y lugares más procaces, los sitios escondidos a los que solo
los hombres pueden acceder. La vida secreta de las damas en
exposiciones de cuadros y en las conversaciones con otras damas, pláticas que equilibran
las hormonas pero que, en el fondo, lo que hacen es sublimar el deseo de
copular unos con otros hasta que advenga el régimen eterno en el que todos nos
encontraremos orando al deseo, el placer y el sexo que la vida pública y la
vida privada organizan, sancionan, determinan, prescriben o prohíben.
¡Vida privada, vida secreta, jodida
vida pública! En palabras de este caballero de medio siglo: hay que organizar
las tres vidas. Y sobrevivir para seguir viviéndolas.
Pablo Ordóñez
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